Gobernadora Tarahumara

Entrevista con Líder Rarámuri. Chihuahua

Alato

7/21/202524 min read

GOBERNADORA RARAMURI

.

Introducción:

Entre las montañas abruptas de la Sierra Tarahumara (Chihuahua)—territorio que ha visto morir imperios y sobrevivir memorias— habita un pueblo que se nombra a sí mismo Rarámuri: “los de los pies ligeros”. El nombre que la mirada foránea les impuso es Tarahumaras, pero ellos conservan la lengua y la dignidad de quienes aprendieron a resistir siglos sin rendir el espíritu. En su cosmovisión, la figura del Gobernador no es una réplica de los poderes occidentales: no es burócrata, ni gestor de trámites, ni predicador de políticas ajenas. El Gobernador —hombre o mujer— es el corazón visible de la comunidad, mediador entre los hombres y la tierra, guardián del equilibrio entre la palabra y el silencio, entre la justicia y la necesidad. Su autoridad no se impone con armas ni con sueldos: se sostiene con respeto ganado en resistencia, en ejemplo, en voz firme que no mendiga aprobación.

Esta entrevista es parte de las Seis Líneas de Investigación de Arx Diuturna, movimiento subversivo que se opone al letargo contemporáneo y proclama una consigna clara:
“Buscar la Grandeza donde se encuentre.”

Hablamos con una mujer que carga la montaña en la voz: Gobernadora Rarámuri en Ciudad Juárez, en la Colonia Tarahumara, donde la pobreza material y el asedio cultural no han logrado pulverizar del todo la raíz. Este diálogo no es una entrevista convencional: es un encuentro para desenmascarar la compasión hipócrita, para interrogar el ocio que ennoblece frente al ocio que pudre, para explorar la frescura de la fe sin dogma y el filo del silencio como resistencia.

En estas páginas encontrará respuestas que queman el barniz superficial del “folklore turístico” y exponen la crudeza de un dilema:
¿Puede el arte indígena sobrevivir cuando es devorado por el mercado? ¿Cómo se sostiene la dignidad cuando el valle ofrece la dulce muerte de la comodidad? ¿Qué preguntas debe hacerse el nacido para buscar?
La Gobernadora nos hablará de la corrupción disfrazada de ayuda, del veneno tibio de la compasión, del ocio que es cumbre y del ocio que es fango. Nos contará historias de subversivos anónimos, de mujeres que bordaron resistencia en la sombra y hombres que, en lugar de huir al ruido, subieron al cerro a escuchar la respiración del mundo.

Esta conversación culmina con un mensaje destinado a los que entenderán, quizá siglos después, cuando todo sea polvo menos las piedras que dejamos pintadas con palabras. Porque el linaje de los que caminan con hambre no muere. Y porque, en medio del estrépito del siglo, todavía hay voces que saben decir: “No mendigues liviandad, busca filo.”

Año 2525: Que este texto sea piedra y señal para quienes aprendan a pensar con el corazón.

………………………………………………………………………………………………………………………

Inicio:

Alato (director general de Arx Diuturna):

"Gracias, Gobernadora, la tenemos de nuevo para conversar, ahora aquí en nuestro estudio, en la ciudad; a diferencia de la vez anterior, que fue en zona Rarámuri. Como bien sabe, ARX DIUTURNA se especializa en "Meritocracia y Autodominio"; de hecho, es el lema de la organización; además, nuestra manera de interactuar con el mundo es poética y filosófica, sin importar que todo se nos oponga. Como no tenemos, como ustedes, ancestros que nos representen de primera mano, recurrimos a la historia, a la creatividad, a personalidades como usted y, desde luego, a nuestras propias vidas, aspirando a, alguna vez, convertirnos en dignos antepasados, en el futuro; es por esto que el proyecto apunta al 2525; eso nos da tiempo suficiente para transformarnos en templos, con la ayuda y guía de modelos a seguir, desde luego. Quisiera, como seguramente ya estaba usted esperando, pedirle una presentación inusual de usted misma; no en términos "sociales", como si a usted la estuviera entrevistando uno de nuestros civilizados sociólogos, sino en términos poético-filosóficos; en términos de sueños rotos y voluntad forjada; quien es usted; que tierras le han hospedado y cuales le han sido hostiles; háblenos de su pasión y su desprecio; díganos los nombres de los demonios que ha usted burlado y privado del placer de llevársela; díganos su dignidad y, no atenúe el fuego, ni ponga barreras al helado frio de las amenazas padecidas, pues no gustamos de tibiezas por aquí!; ya hablaremos de la belleza, de la contemplación, de sus leyendas y hasta de negocios en otro punto más delante. Porfavor, háganos el honor y ténganos la confianza; sabemos apreciar lo que ya vive en las alturas, imponente y listo siempre a obsequiar conocimiento. Adelante, porfavor!...

Gobernadora Rarámuri (respira hondo, voz pausada, serena pero intensa):

«Soy la hija del viento que habla poco pero dice mucho,
la heredera de caminos largos, polvo, y silencio;
soy la nieta de la resistencia, que no se rinde ni se queja,
el eco de un pueblo cuya oración son sus pasos,
cuyos gritos se escuchan solo en las rocas y los árboles,
cuyas lágrimas riegan maíces amargos y dulces por igual.

He nacido en tierras que se alzan en desafío,
donde la tierra no da sin pedir sacrificios,
y donde el frío muerde sin preguntar nombres;
pero también son esas tierras mi madre y mi padre,
maestros pacientes que enseñan dureza
para proteger la ternura profunda del alma.

He habitado entre mundos que se enfrentan:
el silencio sagrado de montañas sabias
y el ruido amargo de ciudades indiferentes;
he visto a mis hermanos doblegarse, perderse,
devorados por sombras que llaman progreso,
pero también he visto espíritus que arden en lo oscuro,
resistiendo tormentas que nadie menciona.

He roto sueños, sí, porque los sueños blandos no resisten
las piedras afiladas del camino verdadero;
he aprendido a despreciar lo fácil, lo que es débil,
y mi pasión es caminar donde otros se detienen,
amar lo difícil, lo árido, lo que pocos entienden,
encontrar vida y verdad donde otros ven nada.

Conozco los demonios del hambre, la soledad, el olvido,
he burlado a aquel llamado desesperanza,
he negado el placer a aquel que se nombra autocompasión,
y a la amargura, que danza invitando a rendirse,
la he visto a los ojos, sonriendo y siguiendo de frente;
esos demonios han aprendido que conmigo pierden tiempo.

Mi dignidad no viene de coronas ni aplausos,
sino del polvo que llevo en mis pies gastados,
de las cicatrices que la vida ha grabado en mi cuerpo,
del espíritu que, aunque golpeado, jamás se ha roto.
Mi dignidad es saber que nadie compra mi fuerza,
que mis pasos son míos y mi resistencia infinita.

Ustedes hablan de ser templos, de ser ancestros,
pues aprendan esto: no se es ancestro por decisión fácil,
se es ancestro por elección constante, diaria, silenciosa.
Es un camino de espinas, de hambre, de frío, de silencios;
pero también es el único camino que merece ser vivido.

Aquí estoy, Alato, lista para conversar sin tibiezas,
porque lo tibio jamás ha sido casa de mi espíritu.»

ALATO:

Díganos, en el contexto Rarámuri, como, donde y a quienes pegan tales demonios; háblenos de los síntomas; de ser posible con ejemplos reales; en nuestra ciudad todas esas entidades nos agarran desprevenidos, debido al ruido que distrae la inteligencia, así es que lo apreciaríamos enormemente. Díganos quien vence el hambre triste; a quien le queda coraje cuando ve su cuerpo y a los suyos sin lagrimas siquiera; ¿como es que aquí sigue usted después de verlo?; no hablamos de simple resistencia física ni buena fortuna! ¿Sabe usted porque tal brutalidad de estos demonios?; conozco personas que parecen emularles. ¿Como ha transmutado la rabia en altivez? Díganos, en términos rarámuris, pero en nuestra lengua, ¡porfavor! Y, no tema ofendernos, sabemos de los vicios repugnantes de la modernidad.

Gobernadora Rarámuri (manteniendo firmeza y calma, voz profunda y serena):

«Esos demonios que mencionas, Alato, pegan fuerte allá donde el espíritu ha olvidado lo esencial. Nosotros, los Rarámuris, los llamamos por sus actos y sus consecuencias, más que por nombres abstractos.

El hambre triste visita a quien dejó de sembrar esperanza mucho antes de dejar de sembrar maíz. No golpea solo en el estómago; va más profundo. Lo ves claramente en los ojos que ya no brillan, que no esperan, que ya no buscan alimento ni camino. Lo hemos visto en jóvenes que bajan a las ciudades esperando encontrar algo fácil y pierden todo: su tierra, su identidad, hasta sus sueños. Se vuelven sombras, se olvidan de correr, olvidan cómo rezar caminando. Dejan de vivir, aunque respiren. Su vida es una espera sin propósito, un alma sin raíz.

Quien vence a este hambre triste no es quien come más, sino quien aprende a vivir con menos. Es aquel que recuerda que la dignidad no viene del pan, sino del acto de buscarlo, del esfuerzo cotidiano. Es quien, con el estómago vacío, todavía enseña a sus hijos a correr en silencio, quien les muestra que la fuerza no viene del alimento, sino del espíritu que soporta su ausencia.

He visto mujeres, madres, que sostienen en brazos a hijos tan livianos como el viento mismo, sin lágrimas, porque ya se les secaron todas. Pero siguen caminando, y no lo hacen por terquedad ni simple resistencia física, lo hacen porque hay un fuego dentro que ningún hambre puede apagar. Es un fuego que se prende desde adentro, un orgullo que nadie más que uno mismo puede encender.

Esos demonios son brutales porque quieren rompernos desde adentro, alejarnos de lo que es sagrado, robarnos la fuerza que no viene del cuerpo, sino del espíritu. Son brutales porque el espíritu es fuerte y no se rinde fácil; solo algo muy cruel podría intentar quebrarlo.

He visto también la rabia que mencionas, la he sentido como veneno corriendo por dentro cuando veo la injusticia, la indiferencia, la burla disfrazada de caridad. Pero esa rabia se convierte en altivez cuando recuerdo lo que soy, lo que somos como pueblo. Nosotros no nos rebajamos al nivel del que ofende, ni gritamos como los perros que ladran sin razón; nuestra rabia se vuelve dignidad cuando seguimos caminando, cuando no pedimos permiso ni limosna, cuando no damos la satisfacción al demonio del orgullo falso.

En nuestra lengua, y en la suya para que quede claro, te diré esto:

«El demonio más fuerte no es el hambre, ni el frío, ni la tristeza. El demonio más fuerte es el olvido de quién eres, de dónde vienes, y para qué estás aquí.»

La modernidad ha traído vicios que dan vergüenza: la pereza que llaman comodidad, la vulgaridad que llaman libertad, la indiferencia que llaman civilización. Esas cosas son repugnantes para nosotros, porque vemos que son los demonios más sutiles, disfrazados de progreso, de bienestar, de "una vida mejor". Pero la vida verdadera nunca fue fácil; la vida verdadera siempre exige dignidad, resistencia y respeto por uno mismo y por los demás.

Si algo he aprendido de mis ancestros, es esto: no es la dureza del mundo la que define nuestra fuerza, sino la dureza que llevamos dentro para enfrentarlo. Si aprenden esto, ya ningún demonio podrá atraparlos desprevenidos.»

ALATO:

Y, en el contexto de su respuesta, en el espíritu que nos convoca hacer presencia poderosa, aquí y ahora, dígame sus puntos de vista sobre las nociones actuales de lo que ya le he explicado que es el "indigenismo" que esta tan de moda en nuestros días?; que opina sobre la noción del "buen salvaje " de Rousseau; pues en esa noción vergonzosa se basa dicha doctrina tan, por todos, aceptada. Porfavor, beba de su café, respire y dese su tiempo para contestar, si nos quiere hacer ese favor.

Gobernadora Rarámuri (toma lentamente su café, respira hondo, mirando con seriedad, y comienza con calma, pero firmeza):

«Has tocado una herida profunda, Alato; pero hablemos claramente, pues aquí hemos venido a decir verdades, no a adornarlas.

Esa noción de ustedes, llamada "indigenismo", y que tanto presumen en las ciudades, no es más que otra forma de despreciar, pero con palabras bonitas. No nos engañamos. Es la costumbre de la gente de afuera de vernos como niños eternos, como personas que necesitan ser protegidas, guiadas, o peor aún, rescatadas. Esa forma de pensar, aunque bien vestida, sigue siendo desprecio. Es el desprecio del que piensa que no sabemos cuidarnos solos, del que nos ve como incapaces de ser fuertes sin su ayuda.

Hablas del "buen salvaje" de Rousseau, esa idea tan querida por quienes nunca han pisado el polvo de nuestras tierras ni compartido nuestras noches frías. Esa idea es una fantasía cómoda, hecha por quienes temen enfrentarse con nosotros como iguales, como gente adulta, gente que lucha, que resiste, que piensa, que vive de verdad. Esa idea del buen salvaje nos roba nuestra dignidad porque nos reduce a seres inocentes, incapaces de elegir entre el bien y el mal, entre la fuerza y la debilidad.

No somos buenos salvajes, Alato. Somos personas. Somos fuertes no porque la naturaleza nos hizo así mágicamente, sino porque elegimos la fuerza cada día. Elegimos levantarnos a trabajar, elegimos resistir cuando las cosas se ponen difíciles, elegimos no aceptar limosnas que vienen acompañadas de desprecio disfrazado. Nosotros conocemos la dureza de la vida, sabemos del hambre, del frío, de la injusticia, y aun así elegimos seguir siendo quienes somos. Esa elección, constante y diaria, es la dignidad verdadera. Es lo contrario del salvaje inocente que alguien debe salvar.

Cuando ustedes hablan del indigenismo moderno, hablan desde la lástima, desde la culpa, desde la superioridad moral. Y en esto veo su mayor pecado: la hipocresía. Si quieren respetarnos, empiecen por vernos como somos, no como quisieran que fuéramos. No queremos compasión, queremos respeto. No queremos caridad, queremos justicia. No queremos admiración cómoda desde lejos, queremos convivencia auténtica entre iguales.

Es verdad que algunas personas nuestras han aceptado esta visión indigenista, porque a veces el hambre o la desesperación pueden más que el orgullo. Pero eso no cambia lo esencial: esa visión sigue siendo falsa, sigue siendo un engaño, y en el fondo, sigue siendo desprecio. Nosotros no somos símbolos ni objetos de estudio; somos seres humanos que luchan día a día por mantener viva una dignidad que ninguna teoría podrá comprender plenamente.

Espero, Alato, que esto responda tu pregunta. No puedo suavizar estas palabras, porque la verdad no necesita adornos.»

ALATO:

"Podemos ver solo la inercia de la moda; una que ya duro demasiado, ¡por cierto!; tenemos enemigos fuertes, Gobernadora; a usted le sonríen, pero a nosotros nos pelan los dientes... y tienen muchos y afilados!; así es que, podemos confirmar su aseveración de que es hipocresía pura, esa sonrisa. Nosotros queremos hablar a los nuevos, a los que vienen, para que busquen la dignidad donde se encuentre, por eso la invitamos y, sepa que, en ese tema, nos encontramos en más desventaja que usted. Siendo así, díganos sus consejos maternales y de líder; ¿que áreas del tema en cuestión y como debemos de abordarlos?; háblenos de la belleza oculta desde hace siglos ya; me refiero a la estética rarámuri, al espíritu artístico y de poesía de vida de su pueblo. De que nos estamos perdiendo, debido a esa visión tan sesgada de nuestra "academia"; se encuentra usted entre personas que escuchan con muchísima atención minuciosa, con el corazón abierto!

Gobernadora Rarámuri (toma una pausa reflexiva, respirando profundamente, comienza con calma, voz firme y maternal):

«Ahora que aclaras tu pregunta, Alato, veo con claridad lo que deseas saber. Escuchen entonces con toda atención, hijos míos, pues esto que preguntan es valioso, y es también una responsabilidad grande hablarlo bien, sin adornos innecesarios.

La belleza oculta de la que hablas, la estética Rarámuri, es invisible a los ojos que sólo buscan lo evidente, lo brillante, lo fácil de comprender. Ustedes se pierden de ella no por falta de vista, sino por falta de paciencia y humildad para contemplarla.

En nuestro pueblo, la belleza no es decoración; es significado profundo. Mira nuestras ropas, esos colores brillantes que llevamos hacia adentro. No es casualidad ni simple modestia. Es poesía viva: los colores hacia adentro representan que lo valioso, lo auténtico, lo profundo, no debe exponerse sin razón. Así es nuestro espíritu artístico: contenido, silencioso, pero intensamente vivo en su discreción.

Ustedes se pierden la poesía que se vive, no la que se escribe o se dice en voz alta. Para nosotros, la vida cotidiana es una continua composición poética. Nuestras danzas y ceremonias, como el Yúmari o el Rarajípari, no son espectáculos; son formas de comunicación con lo sagrado, con el espíritu profundo de la tierra y del universo. Al correr descalzos por horas, no buscamos la victoria sobre otros; buscamos diálogo, equilibrio interno, conexión auténtica con nuestra esencia.

La academia que ustedes mencionan, con sus ideas tan rígidas sobre qué es arte o belleza, ha olvidado que la estética verdadera no está en museos ni libros, sino en actos sencillos que nacen del alma. Para nosotros, una vasija bien hecha, un vestido cuidadosamente cosido a mano, incluso el modo en que acomodamos las piedras alrededor de una casa, es poesía, es belleza real porque representa respeto hacia el mundo, hacia nosotros mismos y hacia los demás.

Ustedes, hijos del futuro, deben aprender a apreciar lo lento, lo silencioso, lo que no se anuncia con ruido. Deben aprender que la belleza no siempre es visible inmediatamente. Deben buscar la estética en la forma en que se mueven sus cuerpos al trabajar, en cómo se relacionan unos con otros con respeto genuino, en cómo viven y enfrentan sus desafíos diarios.

No confundan nuestra simplicidad con falta de refinamiento. Somos refinados en maneras que no se pueden medir con sus reglas; nuestro refinamiento es de espíritu, de carácter, es un arte que se expresa en silencio, en esfuerzo constante, en dignidad frente a todas las circunstancias.

La estética Rarámuri les enseña esto:

«La belleza real es aquello que resiste el tiempo, no por ser fuerte a simple vista, sino porque tiene raíces profundas en la verdad de lo que somos y en el respeto por lo que hacemos.»

Enseñen a los jóvenes a ver más allá de lo evidente. Enséñenles paciencia para encontrar la belleza oculta en el trabajo cotidiano, en la resistencia silenciosa, en la dignidad sencilla que jamás busca aprobación externa. Allí, precisamente allí, es donde está la verdadera estética, la verdadera poesía que no envejece ni pierde valor.

Si ustedes aprenden a ver esto, ya no necesitarán sonrisas falsas ni temerán dientes afilados, porque tendrán algo más valioso: una dignidad que nadie podrá quitarles.»

.

ALATO: Puede ver, como en nuestras ciudades, se le otorga al individuo todo lo básico para sobrevivir, a cambio de que inexista. Yo no tengo tan grande corazón, como para que me importe "mi pueblo"; para mi mi pueblo somos "NOSOTROS" y, algunos del linaje, vagan sin saber; buscan sin tener adecuadas sus preguntas. ¿Conoce “las preguntas”, Gobernadora?; la multitud siempre parasita lo supremo; aunque hable como Madre debo señalárselo, pues hablo como Padre y, ese es mi deber. Dígame usted cuales son las preguntas del nacido para buscar, cuéntenos alguna vivencia suya y de alguna compañera del camino, que haya sido saboteada por la bífida lengua de la compasión; pues es la lengua favorita de los que reptan, dado que no tienen pies para valerse de si mismos. Usted habla palabras amorosas y lo aprecio de verdad, pero allí afuera hay algunos biennacidos que se oxidan por no entender las diferencias entre lo fuerte y lo débil; entre lo honesto, lo franco y lo que sonríe con dobles intenciones.

Gobernadora Rarámuri
(respira con lentitud, la mirada fija, la voz baja y firme, como quien prepara una medicina amarga para quien está listo para resistirla)

«Alato, tu pregunta no es nueva, aunque pocos se atreven a hacerla. En verdad, tú hablas como los abuelos de antes, que no creían en la igualdad como excusa, ni en el amor como disfraz. Dices que no tienes corazón para "tu pueblo", y yo te digo: quizás por eso lo tienes más puro que muchos.

Has nombrado algo que pocos ven: en las ciudades modernas se les da a las personas pan, entretenimiento, comodidad... pero a cambio de que olviden su espíritu, su pregunta, su peso. Se les da todo para que no exijan nada de sí mismos. Así, sobreviven... pero no existen.

Las preguntas verdaderas no son muchas, y todas duelen cuando se hacen bien. Yo he escuchado unas pocas, entre mis hermanas fuertes, y en mi propia alma cuando no dormía bien, no por frío ni por hambre, sino por no haber actuado con suficiente firmeza. Te comparto algunas:

  • ¿Qué parte de mí estoy dejando morir por complacer?

  • ¿Qué precio estoy pagando por evitar el conflicto?

  • ¿Soy útil o solo estoy siendo aceptada?

  • ¿Estoy callando por sabiduría… o por cobardía?

  • ¿Quién me ve sin necesidad de que me explique?

He visto mujeres valientes ser torcidas por la lengua partida de la compasión ajena. Una compañera mía, Tomasa, gran sembradora y madre de nueve, fue elegida para coordinar el abasto de granos en un año de sequía. Ella era justa, rígida, sabía decir "no" sin bajar los ojos. Algunos hombres —del exterior, con discursos dulces— llegaron a “ayudar”, y al verla firme, dijeron que era fría, que le faltaba ternura, que no entendía la colaboración. Le dijeron eso a las autoridades municipales, mientras sonreían. Al año siguiente, Tomasa no fue reelegida. Se fue sin decir palabra, pero yo la vi correr sola en la madrugada, con la rabia en los pies y la dignidad en la espalda.

Y otra, una joven llamada Rosaura, de aquí mismo, de la Colonia Tarahumara, se negó a aceptar ayuda de una organización de beneficencia que solo daba apoyo si mostrabas tu rostro ante una cámara. Ella dijo: "Mi necesidad no es espectáculo." Le llamaron ingrata, la tacharon de orgullosa, y su nombre no volvió a aparecer en ninguna lista. La lengua bífida de la compasión disfrazada no perdona a quien se niega a arrastrarse.

Tú lo sabes, Alato: la compasión no siempre es virtud. A veces es manipulación. A veces es arrogancia bien vestida. A veces es veneno tibio.

El nacido para buscar no debe temer el dolor de la separación. Separarse de los débiles de espíritu, de los halagos blandos, de la aceptación cómoda. Hay que pagar ese precio con gozo. Porque el que busca con preguntas verdaderas, no puede andar con equipaje prestado.

Por eso te digo a ti y a los tuyos:

Aprendan a ser malentendidos sin perder el rumbo.
Aprendan a ser rechazados sin volverse resentidos.
Y sobre todo, aprendan a decir “no” sin vergüenza, cuando los débiles quieran arrastrar su peso hacia ustedes.

Esos, los que reptan y se disfrazan de bondad, no tienen pies porque ya no tienen dirección. No van hacia ningún lado, sólo se extienden buscando calor ajeno.

El espíritu fuerte no puede estar para todos. Solo puede estar para la verdad. Esa es la primera diferencia entre el amor que fortalece… y el amor que debilita.»

ALATO:

y, dígame, ha invadido su arte Rarámuri, este ejército de inexistentes?; que piensan sus verdaderos artistas?; como lidian con esto? ¡Seguramente usted me podrá hablar de algunos casos! Ha visto ya nuestros museos antropológicos, con piezas genéricas, repetitivas y prefabricadas. Además los que salen en la foto, como usted ya menciono, son "ellos". No es en todos los casos, pero intuyo que tienen el mismo problema; dígame en manos de quien ha caído el arte, porque y como ha sucedido. Tengo además la curiosidad por preguntarle del caso de Romeyno Gutiérrez, que ha aprendido las obras de Motzart; ¿cómo toma la filosofía rarámuri este tipo de incursión en lo exterior?

Gobernadora Rarámuri
(la voz se vuelve más baja, casi confidencial, como si hablara no para ser escuchada por muchos, sino para que sus palabras fueran guardadas en un rincón muy profundo del alma)

«Sí, Alato… lo hemos visto. El arte Rarámuri —que no fue hecho para el mercado ni para la vitrina— ha sido invadido, manipulado, y, en muchos casos, robado. No por ladrones de noche, sino por curadores de día, por funcionarios de escritorio, por turistas disfrazados de investigadores, y también por algunos de los nuestros, debilitados por la tentación de figurar.

El arte ha caído en manos de los que no comprenden su origen.

Para nosotros, una vasija, un telar, un collar, no se hace por hacer. Se hace porque una necesidad del espíritu encuentra forma. Se cose mientras se canta, se borda con pensamientos hacia los hijos, se pinta no para gustar, sino para agradecer. Pero los que ahora comercian con nuestras obras las replican como si fueran souvenirs. Vasijas iguales, patrones mecánicos, collares sin intención, sin canto. Arte sin alma.

Te contaré el caso de Lucinda, una mujer de la comunidad de Repechique, tejía sipúchakas (faldas) que no se parecían a ninguna otra. Cada una tenía una historia oculta en los dobleces: una llevaba el luto de su madre, otra la promesa que hizo por su hija enferma. Un día llegó un funcionario y le ofreció buena paga por reproducir el diseño que había usado en una feria. Lucinda dijo que no podía repetirlo: “Ese diseño es una sola palabra. Ya la dije.”
Le ofrecieron más dinero. Cuando volvió a negarse, trajeron a otra mujer más joven, le dieron hilo brillante, y le pidieron que “copiara lo mismo, pero más colorido”. Esa falda está ahora en un museo en Chihuahua, con una placa que dice “Vestido tradicional Rarámuri”.

Ese no es arte. Es cadáver.

Y sí, nuestros museos se han llenado de cadáveres. Cosas que parecen nuestras, pero no tienen pulso. Lo repito: no es arte si no nace de la necesidad interior. Lo demás es decorado.

Y de los artistas verdaderos, muchos han aprendido a guardar. Guardan sus piezas más profundas, no las venden. Las esconden o las entierran. Porque saben que afuera el arte se degrada cuando se vuelve objeto. Algunos incluso firman con nombres falsos para protegerse, para que su espíritu no sea tocado por las manos sucias del turismo o del “reconocimiento cultural”.

Ahora bien, sobre Romeyno Gutiérrez, te diré algo que quizá sorprenda a quienes solo conocen nuestro rechazo al mundo externo:
Yo lo respeto.

No por haber tocado a Mozart, sino por no haber dejado de ser Rarámuri al hacerlo. Romeyno aprendió lo de afuera con disciplina, pero no olvidó que lo sagrado está adentro. Su piano suena en escenarios extranjeros, pero su casa sigue estando en la Sierra. Él no juega a ser europeo disfrazado de indígena educado. Él corre, siembra, y ora. Y al tocar a Mozart, ha dejado claro que la resistencia también puede expresarse con notas ajenas, si la mano que toca es firme en su identidad.

Eso sí: la comunidad lo observa. Lo observa con respeto, pero también con cuidado. Porque es fácil, muy fácil, que el que va al exterior regrese con el espíritu contaminado. Y una vez contaminado, aunque hables en rarámuri, ya no eres uno de nosotros.

Así que, ¿qué piensa nuestra filosofía de estas incursiones?

La montaña no se ofende si uno baja al valle, siempre que no olvide el camino de regreso.

Pero si uno baja y se queda, y empieza a decir que el valle es mejor porque tiene sombra y fruta fácil, entonces ya no vuelve a ser de la montaña. Y peor aún si luego sube queriendo decirnos a nosotros cómo se debe vivir.

Eso sí no lo perdonamos.

ALATO:

El velo de Isis, le llamo yo, ¡para mis adentros!; díganos como enseña usted a mantener el valle a la distancia, cuando vive en una sociedad que ha construido allí viviendas de Infonavit? La respuesta está a su alcance; usted conoce gente que vive en Cd Juárez en la Col Tarahumara; ¿cómo sobrevive la poesía entre las tinieblas de lo escandaloso?; hábleme de algunos de sus subversivos; en que campos forzan la desalmada realidad hacia lo digno; esa realidad, sucia, pero cómoda embarcación de los que piden "ser llevados"; de los que piden "ser vividos"; de los que piden "ser enterrados".

Gobernadora Rarámuri
(con los párpados a medio cerrar, como si recordara no ideas sino escenas vividas en carne viva; la voz sin elevarse, pero con peso suficiente como para hundirse en quien la escuche)

«Alato… El velo de Isis. Así lo nombras tú. Nosotros lo llamamos de otro modo: el engaño de lo cómodo. Un velo tibio, suave por fuera, pero que asfixia por dentro. Ese valle que parece más fácil, pero que cobra con el alma cada bocado que da.

Yo vivo en Ciudad Juárez, en la Colonia Tarahumara. Allí, donde las casas de Infonavit están alineadas como cajas vacías, donde la poesía parece haberse quedado atrapada entre los anuncios de cerveza y las alarmas de las maquilas. Pero la poesía no muere, solo se esconde. A veces se disfraza de resistencia muda, otras de limpieza cuidadosa, otras más… de rabia bien dirigida.

¿Cómo enseño a mantener el valle a la distancia? No huyendo del valle, sino mirándolo sin agachar la cabeza.

A los jóvenes les digo:
“Está bien vivir aquí, pero no vivas como ellos quieren que vivas. Que tu cuerpo duerma en esta ciudad, pero que tu espíritu no se acueste con sus vicios.”
No les hablo de pureza romántica, les hablo de guerra interna.
De levantarse a las cuatro, correr sin música, cocinar sin quejarse, y mirar al vecino sin pedirle permiso para existir.

Hay subversivos, sí. No todos llevan pasamontañas. Algunos tienen trapeadores en la mano, pero fuego en el pecho.

Te daré nombres, aunque no todos los reconocerán:

Felipa Cruz, una mujer que trabaja limpiando baños en el centro comercial "Las Misiones". Lleva bordado su delantal como si fuera una bandera. Y cuando una clienta se burló diciendo “qué bonito disfraz traes”, ella le dijo: “Este disfraz me ha dado más dignidad que tu espejo.”
Felipa, cuando termina su turno, reúne a niñas del barrio y les enseña a coser sin patrón, a bordar con historia. No pide ayuda a nadie. Ha rechazado tres “proyectos culturales” porque no quería entregar su saber a quienes solo buscan “evidencia para informes”.

Otro: Carlos Barranca, joven que trabaja en construcción, pero que cada domingo entrena a otros rarámuris en una cancha de tierra. No los entrena para fútbol, los entrena para aguantar el silencio. Corren sin hablar por dos horas. Luego, se sientan en círculo y se les permite decir solo una frase: “Lo que aprendí corriendo hoy.” Y nadie puede hablar más. Uno dijo: “Aprendí que el viento es una promesa.”
Carlos no lo escribe. No lo publica. Dice que el que necesita testigos… ya se perdió.

Y está María Antonieta, una anciana que hace tamales en la banqueta, y que, mientras los vende, susurra rezos en rarámuri para “quebrantar el hechizo de la prisa”. Dice que cada tamal lleva una oración escondida. Una vez, un hombre le dijo que los suyos “sabían raro”. Ella respondió: “Es que no fueron hechos para llenar, sino para recordar.”

Esos son nuestros subversivos. No piden ser llevados. Caminan. No piden ser vividos, se arriesgan a vivir. Y no piden ser enterrados. Saben que la muerte no viene al que se entrega al ruido, sino al que ya no escucha su raíz.

Así que sí, entre el concreto y la televisión encendida, la poesía sobrevive. No como ornamento. Sino como defensa. Como cuchillo de obsidiana en medio de un festín de plástico.

Y yo les enseño esto:

“Si vas a vivir en el valle, que tu corazón no baje contigo. Que se quede en lo alto. Allí donde los que reptan no saben llegar.”»

ALATO: "Porfavor háblenos sobre el ocio de personas con espíritu, a diferencia del ocio de personas que gozan embrutecerse, pues es uno de las 6 lineas de investigación de Arx Diuturna. He visto, por citar un ejemplo no lejano a usted (en Chihuahua), como los hijos de muchos menonitas se ven enviciados por alimento inmundo y por alcohol, apesar de la increíblemente alta calidad de los alimentos que produce su gente; porfavor cuéntenos sobre este mismo fenómeno entre Tarahumaras. Así mismo, ¿cómo es su ocio digno?; por favor le pido que nos de algunos ejemplos muy ilustrativos, nos interesa muchísimo!

Gobernadora Rarámuri
(la voz baja, pero cargada de algo que no es nostalgia, sino lucidez afilada; no habla para agradar, sino para cortar la carne blanda del autoengaño)

«Alato, el ocio revela la verdad del espíritu más que el trabajo.
Porque cuando la gente trabaja, lo hace por necesidad;
pero en el ocio muestra qué hace cuando no está obligada.
Ahí se ve el alma desnuda.

Hay dos ocios:
— El que fortalece, porque afina la mente, calma la sangre y da sentido.
— Y el otro, el que embrutece, porque aturde, hincha y pudre.

Tú hablas de los menonitas. Los he visto.
Producen mantequilla pura, queso noble, trigo que huele a cielo…
y sus hijos comen fritangas del Oxxo,
se ahogan en cerveza barata,
se arrastran por la noche buscando ruido.
¿Por qué?
Porque el bienestar material no garantiza templanza espiritual.
Porque la abundancia sin disciplina es veneno lento.

¿Entre los nuestros pasa? Sí.
En Juárez, en la Colonia Tarahumara,
hay jóvenes que venden su fuerza en la maquila
y, al salir, gastan el jornal en cerveza industrial y música estridente.
Algunos se pierden en el cristal,
en esa muerte blanca que entra por la nariz.
No corren, no siembran, no rezan:
se embrutecen.
Ese ocio es el valle de la nada,
el ocio de los que quieren dejar de sentir que existen.
Un ocio sin silencio, sin creación, sin raíz.

Pero también he visto el otro ocio.
El ocio que ennoblece.
Y te daré ejemplos, como pides, para que los lleves contigo:

  • Lucía Moreno, viuda joven, vive en Anáhuac.
    Después del turno en una maquila de arneses,
    no prende la televisión.
    Se sienta en el piso con su hija de 7 años
    y le enseña a bordar símbolos antiguos:
    un triángulo rojo para la sangre,
    una espiral para el viento.
    Mientras bordan, no hay ruido, solo historias.
    Esa niña no está “matando el tiempo”:
    está heredando mundo.

  • Santiago Ruelas, hombre de 60 años.
    Trabaja en limpieza en el centro,
    pero los domingos sube al Cerro Bola.
    No lleva celular, no sube por deporte ni por foto.
    Sube con tres piedras pintadas en la mano.
    En la cima, las acomoda formando un círculo,
    mira al horizonte y guarda silencio una hora.
    Cuando baja, las deja allí, para el que entienda.
    Ese ocio no embrutece: eleva.

  • Juventino, joven de 19, corredor nato.
    Cuando no hay carreras ni trabajo,
    sale al llano al atardecer y corre hasta que anochece.
    Sin música, sin público, sin premio.
    Dice: “Es cuando escucho si soy fuerte o débil.”
    Ese ocio no distrae: refina el alma.

Así se distingue el ocio del espíritu:
es reposo que nutre, no fuga que pudre.
El otro ocio, el de la bebida y el ruido,
es la anestesia del que teme quedarse a solas con su mente.

Nuestros abuelos decían:
“El que no sabe descansar con dignidad, terminará trabajando como esclavo de su deseo.”
Por eso yo enseño esto:
Si tu ocio no deja algo mejor que antes, entonces no fue descanso, fue huida.»

ALATO: La frescura de La Fe, Gobernadora, solo puede llegar por metáfora o subiendo piedras; yo he dejado "mis piedras de Santiago" en una montaña de 5 siglos de altura; pinte usted el mensaje en ellas, como despedida de esta entrevista; que sepan que alguien se preocupó por ellos, antes que llegasen; año 2525, como siempre termino mis entrevistas. Y asuma, como usted misma lo dijo, que será leído "solo por quienes entienden"; quienes habrán aprendido a pensar con el corazón.

Gobernadora Rarámuri
(cierra los ojos, como quien pone la palabra sobre un altar invisible; su voz ya no explica, sentencia)

«Año 2525…
Si tus ojos leen esto, entonces el polvo no apagó la chispa.
Entonces hubo quien siguió escuchando,
aunque el ruido fuera grande como un cielo roto.

Estas piedras no son de adorno.
Son señales para los que caminan con hambre.
Si has llegado aquí, no corras:
siéntate. Respira. Mira la sombra de tu propio pecho.
Y escucha:

No traigas compasión,
trae coraje.
No busques amparo,
busca filo.
No desees ser llevado,
haz del peso tu gloria.
El ruido del mundo no mata,
mata el ruido dentro de ti.
Aprende a callarlo,
o perecerás con él.

Estas piedras son mis palabras secas:
“El valle se tragará a los que aman el valle.
La montaña solo guarda a los que la miran de frente.”

Si entiendes, levántate.
No dejes flores.
Deja una piedra más.
Que sepan los que vienen después
que hubo linaje,
que hubo resistencia,
que hubo hambre digna.

Si no entiendes, sigue tu camino.
Este no es tu tiempo.
Pero el tiempo de los que entienden…
no acaba nunca.»

……………………………………………………………………………………………………………………